¿Mega... qué? me pregunté, mientras mi cerebro de cuarentón me recordaba que era un sitio de intercambio de archivos que nunca había utilizado.
La segunda sorpresa fue, un rato después, presenciar cómo colegas más jóvenes discutían el tema con fervor (alguno se quejaba por la pérdida de archivos), cómo hablaban del excéntrico carácter que estaba al frente de la compañía y de la rápida respuesta de Anonymous.
"Ok" -pensé- "aquí hay algo bien grande". Y pusimos en marcha la maquinaria.
Primero, actualizamos todas las notas que teníamos sobre el tema, luego, en la reunión habitual de redacción lo discutimos a profundidad, buscando ángulos novedosos.
Para el medio día ya teníamos un perfil de Kim Doctcom, el fundador de Megaupload (tercera sorpresa: ¡qué personaje! Parece sacado de una novela de Kennedy Toole); luego publicamos un artículo sobre cómo todo el evento tenía los visos de una guerra convencional (pero en la red) y finalmente una nota sobre por qué la región del mundo en la que el cierre del sitio quizás causó más debate y conmoción era América Latina (cuarta sorpresa para mi).
Después, tras consultar a varios expertos, produjimos buen material sobre el impacto de estos eventos en el futuro del mundo digital y en relación con la pirateria.
Megaupload y sus ramificaciones siguió siendo el tema más leído no sólo el viernes, sino del sábado y domingo. Evidentemente, para nuestros lectores, el cierre de Megaupload era un megaevento. Creo que desde el tsunami en Japón ningún hecho despertaba tanto interés y seguimiento.
Aquí un par de cosas a considerar: la primera es cómo todo lo que tenga que ver con lo digital es muy importante para los lectores de una página de noticias de internet (ya sé: estoy descubriendo el agua tibia, pero no olviden que soy un cuarentón, a caballo entre la generación de los periódicos de papel y la de los medios digitales).
Segundo, que estamos pasando por un período de transición que quizás dure varios años: el paso de los medios tradicionales a los digitales (cuando pienso en esto siempre imagino que, en el futuro, mis sobrinas no disfrutarán sentándose a leer los sábados en la mañana el periódico de papel y comiendo un croissant, sino que lo harán con un iPad, o cualquiera que sea al artilugio que se utilice cuando ellas sean grandes).
Pero esa transición es a muchos niveles (en otro blog argumenté que la Revolución Digital es tan profunda como la Industrial y mi colega Max Seitz escribió sobre su efecto en nuestra labor como periodistas), y uno de esos niveles es el legislativo: es evidente que las leyes de derechos de autor del siglo XX no se ajustan al bravo nuevo mundo del siglo XXI.
Y mientras se discute, acuerda y promulga la nueva legislación, vamos a tener muchos otros eventos como el de Megaupload.
Via: BBCMundo
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